Sin firmar.
Signatura: FAR E-16
Manolo Hugué es un destacado representante del noucentisme catalán con una obra basada en un clasicismo mediterráneo renovado. Su legendaria personalidad (un extraordinario tipo humano cargado de picaresca, bohemia, amargura, campechanía y humor), corre pareja a la estima por su obra, probablemente más valorada en Francia y Estados Unidos que en España. En su iconografía se conjugan los mitos clásicos con los tipos populares, con marcados trazos primitivistas y con influencias del cubismo, el modernismo del primer Gargallo o el modelado de Bourdelle. Marcha a París en 1901 siguiendo la estela de su amigo Picasso, con el que compartirá los tiempos de bohemia y penurias y una férrea amistad que se extenderá incluso sobre la familia del escultor, más allá de la muerte de éste y durante toda la vida del pintor malagueño. Tras años de dificultades, firma un contrato “vitalicio” con el marchante de arte Khanweiler. Esto le permite trasladarse a Céret de 1919 a 1927, su etapa quizás más interesante, estableciéndose finalmente en la localidad barcelonesa de Caldes de Montbui, donde aquejado de poliartritis pasará sus últimos años.
Fechada un año antes que “Sardana” esta pieza de la etapa de Céret.
El esquemático y enérgico dibujo de las figuras, los escorzos y torsiones tanto en el toro como en los toreros, sin normas perspectivas, la solución dada al capote y el modelado táctil con diferentes texturas, nos remiten a los conocimientos que el escultor tiene de los recursos cubistas y modernistas y a su peculiar concepción primitivista del clasicismo. Los generosos volúmenes crean un rico juego de luces y marcadas sombras, como en la plaza de toros.