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Signatura: FAR P-30
Antonio Ródenas tuvo al parecer ocasión de contemplar la exposición homenaje dedicada a Echevarría en el Museo de Arte Moderno de Madrid en 1955, pero no adquiriría esta obra hasta 1978, en la exposición de la Galería Biosca. La pintura de Echevarría, tan directamente conectada con el postimpresionismo francés y tan importante en la corriente renovadora de la modernidad española, debió atraer siempre a Ródenas, ponderando su trascendencia a partir de la sencillez de la realidad inmediata.
La influencia de Gauguin será determinante en la maduración de su estilo, con claras influencias, tanto en la pincelada como en el cromatismo, de un cierto fauvismo atemperado o “elegante”.
Probablemente pintara este cuadro al final de su estancia en Granada, donde recaló tras estallar en Europa la Gran Guerra, o al poco de llegar a Madrid, en 1917. Estos años constituyen su mejor época y es ésta además una de sus mejores naturalezas muertas con flores y frutas. Tiene la peculiaridad, frente a la densidad cromática de otras composiciones similares, de la levedad de su capa pictórica que deja traslucir el lienzo, aplicada en sutiles pinceladas de un rico y luminoso colorido. Frescas y ligeras, las flores y el jarrón de intenso azul se convierten en protagonistas a pesar de ocupar un segundo término difuminado.